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EL ASTRONOMO DEL VATICANO, GUY CONSOLMAGNO "NO SOMOS LOS ÚNICOS SERES INTELIGENTE HECHAS POR DIOS"

Tiene 69 años, es jesuita, científico y director del Observatorio del Vaticano. Asegura que "la guerra entre la religión y la ciencia es una falacia".

Mundo BERNABE
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A comienzos de la década de 1950, Detroit era la ciudad industrial por excelencia de los Estados Unidos.

Ensamblaba autos que permitían viajar por todo el país. Guy Consolmagno nació allí, en 1952, pero los vehículos que salían de las fábricas no tenían la capacidad de conducirlo hasta donde él quería.

Su mirada estaba puesta en las estrellas (literal y figuradamente), y ningún automóvil, por más potente que fuera, podía llevarlo a ese destino.

Hoy sigue buscando respuestas en el cielo, como hermano jesuita y –desde 2015– como astrónomo director del Observatorio del Vaticano.

Así es, desde 1891 la Iglesia tiene su observatorio, hoy en Arizona, Estados Unidos: el antiguo es poco práctico, dada la contaminación lumínica de la ciudad de Roma.

Viva entrevistó al hermano Consolmagno, para conocer su pensamiento sobre la problemática relación entre la fe y la ciencia, la vida extraterrestre y el rol de la Iglesia católica en el conocimiento científico.

-¿Cómo surgió su vocación doble, como hombre de ciencia y hombre de religión?

-Yo fui un “niño Sputnik”, empecé el jardín el año en que orbitó el Sputnik (1957) y terminé la secundaria cuando el hombre llegó a la Luna (1969). Pero al mismo tiempo, con una educación en un colegio jesuita, me fascinaba la religión y me sentía llamado a la vida religiosa. En la universidad me acerqué a los jesuitas para ser sacerdote. Me sugirieron que rezara por esta vocación. Como resultado de mi oración me di cuenta de que no estaba preparado. En cambio, me dirigí al Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) para convertirme en un científico planetario. Solo veinte años después volví a sentir la llamada, pero esta vez para ser un hermano en lugar de sacerdote. Entré a la Orden Jesuita en 1989, cuando tenía 37 años, y me asignaron al Observatorio Vaticano en 1993.

Hoy, la mayoría de los científicos entienden que no existe conflicto entre ciencia y religión.

Una búsqueda permanente

Después de graduarse, como parte de ese perpetuo viaje de descubrimiento de sí mismo, en 1983 se unió al Cuerpo de Paz. Pasó dos años enseñando física y astronomía en la Universidad de Nairobi, en Kenia.

​A su regreso a los Estados Unidos continuó como profesor, hasta su ingreso al seminario jesuita.

No extraña que inmediatamente lo hayan enviado a Castelgandolfo, residencia de verano del Papa y sede del Observatorio Vaticano, por su formación como astrónomo.

-¿Qué función tiene el Observatorio Vaticano en la ciencia?

-Tiene dos funciones. A través del Observatorio, el Estado del Vaticano, como otras naciones, puede hacer una contribución a la ciencia internacional, como nuestro trabajo con la Unión Astronómica Internacional. En segundo lugar, también sirve como una forma de mostrar al mundo que la Iglesia apoya la ciencia. Hoy, la mayoría de los científicos entienden que no existe conflicto entre ciencia y religión; las personas a las que necesitamos llegar ahora son las personas religiosas a las que se les ha vendido el punto de vista opuesto en los medios de comunicación populares.

-¿Pero es posible conciliar ciencia y religión?

​-Las personas que trabajan en ciencia tienen la misma probabilidad de ser feligreses o creyentes que las personas de cualquier otro campo. Los ejemplos contrarios son más un reflejo de casos locales, de quienes se promocionan en televisión y tienden a tratar de enfatizar su ateísmo como una forma, supongo, de señalar que de alguna manera son más inteligentes que usted o yo.

-¿Cómo se originó, entonces, la idea de que Iglesia y ciencia se oponen?

-El cuento de la guerra entre ambas es, en realidad, producto de la política del siglo XIX y las actitudes victorianas sobre ciencia y religión, que han quedado obsoletas desde hace un siglo o más. La actitud entonces era que la física estaba casi completa y que tecnologías como la electricidad y las máquinas de vapor resolverían todos nuestros problemas. Por supuesto, la física cuántica y la relatividad nos muestran todos los lugares por donde la física clásica estaba incompleta; y aprendimos cómo la tecnología puede hacer bombas más grandes, tanto como mejores medicamentos… Uno de los verdaderos males que surgieron de esa mentalidad del siglo XIX fue la idea de la “eugenesia”, que utilizó mala ciencia para promover la idea de que algunas “razas” eran superiores a otras. Los campos de exterminio nazis fueron solo el punto final lógico de esa mentalidad; pero sobrevive incluso ahora en el racismo casual y en las diversas ideologías (del comunismo al capitalismo desenfrenado) que piensan que algún tipo de sistema social "científico" proporcionará, en palabras del poeta T. S. Eliot, "sistemas tan perfectos que nadie necesitará ser bueno".

-Quizás parte de la desconfianza sobre la Iglesia haciendo ciencia tiene que ver con el famoso juicio a Galileo, hace algo más de cuatro siglos…

-Casi todo lo que uno cree saber sobre Galileo y la división de la Iglesia y la ciencia es erróneo. En primer lugar, durante la mayor parte de su vida y carrera, Galileo contó con el apoyo de muchas personas en la Iglesia. Todo lo que escribió, durante un período de más de veinte años (hasta su último libro, publicado después de su juicio), fue aprobado por las autoridades de la Iglesia. E incluso después de su juicio residió con amigos en la Iglesia, antes de regresar a su villa, donde continuó su trabajo.

¿Por qué ocurrió el juicio, entonces?

-La transcripción del juicio está disponible, cualquiera puede leerla. Cuando lo hacés, te das cuenta de que los temas planteados no tenían nada que ver con la ciencia e incluso poco que ver con la teología. Si bien los historiadores aún discuten sobre las motivaciones detrás de por qué Galileo fue llevado a juicio de la manera y en el momento en que ocurrió (ambos fueron muy inusuales), la mayoría está de acuerdo en que no fue en absoluto un caso de “ciencia” suprimida por la religión. De hecho, la mejor ciencia de la época no apoyaba las ideas de Galileo. Aunque, en última instancia, su idea de que la Tierra orbita alrededor del Sol se demostraría como correcta, el resto de sus ideas sobre cómo operaba esto y cómo podía demostrarlo eran incorrectas. Y la mayoría de los argumentos científicos contra el movimiento de la Tierra no se resolverían hasta dentro de cien años; requerían mejores observaciones, mejor comprensión de cómo funcionaban los telescopios y, sobre todo, las ideas de física de Newton (quien nació el año de la muerte de Galileo), todo lo cual estaba muy lejos en la época de Galileo y su juicio. Sin embargo, el hecho es que Galileo fue llevado a juicio. Eso estuvo mal; la Iglesia y el Papa Urbano VIII se equivocaron al forzar ese juicio.

Marcianos en busca de salvación
El hermano Consolmagno es especialista en meteoritos, otra razón por la cual era la persona indicada para trabajar en el Observatorio Vaticano, ya que la institución posee una de las colecciones más grandes del mundo, conformada por más de 1.000 objetos extraterrestres.

Casi todo lo que uno cree saber sobre Galileo y la división de la ciencia y la Iglesia es erróneo.

Guy Consolmagno
De hecho, una de sus primeras tareas fue participar, en 1996, del programa Búsqueda Antártica de Meteoritos (ANSMET, por sus siglas en inglés).

Consolmagno descubrió varios meteoritos en esa expedición; incluso, en el año 2000, un asteroide fue bautizado en su honor (4597 Consolmagno).

La búsqueda de vida extraterrestre es un tema favorito de mucha gente, en especial de aficionados a la astronomía. Para un astrónomo de la Iglesia esto podría presentar varios desafíos a nivel teológico.

No para el hermano Consolmagno. De hecho, se confiesa un entusiasta lector de ciencia ficción, y dice: “Hay partes de la Biblia que afirman que no somos las únicas cosas inteligentes hechas por Dios”.

En un mensaje de 2014, el papa Francisco planteó un escenario hipotético: “Si mañana viniese una expedición de marcianos, por ejemplo, y algunos de ellos vinieran a nosotros –marciano, ¿eh?, verdes, con la nariz y las orejas largas, como los pintan los niños–… y uno de ellos dijese: ‘Quiero bautizarme’. ¿Qué sucedería?”.

La Iglesia jamás se había pronunciado sobre el tema. Salvo una vez. En 2010, en una conferencia de prensa, un periodista le preguntó a un miembro del Vaticano si bautizaría a un ET. “Solo si me lo pide”, contestó él, algo sorprendido.

El aludido no era otro que Guy Consolmagno, y la anécdota dio pie para titular uno de sus libros más reconocidos, ¿Bautizaría usted a un extraterrestre?, escrito junto con otro miembro del Observatorio Vaticano, el padre Paul Mueller.

Sobre el tema, se explayó Consolmagno: “Estaría encantado si encontraran vida inteligente en otro lugar. Pero las probabilidades de que la hallemos, de que sea inteligente y podamos comunicarnos, cuando las sumás, probablemente no sean una cuestión práctica”.

El libro de Consolmagno apareció en 2014, apenas meses después del planteo del papa Francisco. Ese mismo año, recibió la Medalla Carl Sagan por la Sociedad Astronómica estadounidense, por su trabajo como divulgador y facilitador del entendimiento entre la ciencia y la religión.

Los argumentos: “Guy se ha convertido en la voz de la yuxtaposición de la ciencia planetaria y la astronomía con la creencia cristiana, un portavoz racional que puede transmitir cómo la religión y la ciencia pueden coexistir para los creyentes”. Al año siguiente, el papa Francisco lo nombraría director del Observatorio Vaticano.

Para el hermano Guy, ese entendimiento entre fe y conocimiento científico es algo que no debería ni siquiera plantearse: “La guerra entre ciencia y religión es una falacia, lo que puede demostrarse de muchas formas. La más sencilla es simplemente mirar quién hace ciencia. Desde sus orígenes, la ciencia se fomentó en las universidades, fundadas y dirigidas por la Iglesia. Hasta mediados del siglo XIX, la mayoría de los que hacían ciencia empírica eran clérigos. ¿Quién más tenía la educación y el tiempo libre para recoger hojas u observar las estrellas, o para el tedioso pero hermoso trabajo de observar de cerca la naturaleza? Y tantos de los gigantes de la ciencia eran también hombres y mujeres muy devotos, de Kepler y Newton a James Clerk Maxwell y Angelo Secchi y Georges Lemaître”, dice.

Y agrega: “¡Solo se puede afirmar que la ciencia es el reino de los ateos si se ignoran todos los datos en sentido contrario! Lo cual, por supuesto, debería llevar a preguntarnos… ¿Quiénes siguen vendiendo esta fábula sobre una guerra entre ciencia y religión? ¿Por qué están haciendo esto? ¿Qué esperan ganar?”.

Mientras que otros se preguntan si Dios existe o si hay otra vida en el Universo, para Guy Consolmagno, esa es, en cambio, la gran pregunta. 

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