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UN LIBRO DE SARMIENTO FUE ELEGIDO ENTRE LOS 100 MEJORES DE TODOS LOS TIEMPOS

En “Facundo”, el prócer argentino pensó el futuro de una nación que ya veía dividida en dos bandos opuestos. El medio español ABC consultó a escritores y críticos literarios y armó una lista con los grandes títulos: este ensayo fundamental quedó en el puesto 78. Es un texto vibrante que se ofrece, junto con otras obras del autor.

Cultura - Libros BERNABE
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La convocatoria no era fácil: elegir los cien mejores títulos de la historia. El medio español ABC se la hizo a escritores y críticos. Quedó primero el Quijote y segundo la Odisea, dos clásicos indiscutibles. Después la Ilíada, La Divina Comedia y Hamlet. Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, en el puesto 24 y Jorge Luis Borges en el puesto 33 con Ficciones. Pero quizás la sorpresa fue Domingo Faustino Sarmiento. Su Facundo estaba en el puesto 78. Un ensayo con ideas sobre una nación.

La tienda de libros digitales Bajalibros lo ofrece, junto con otros textos del autor, de manera gratuita.

Facundo de Domingo Faustino Sarmiento es uno de los textos fundamentales de la literatura argentina, un libro que, sin embargo, el educador y político escribió durante su segundo exilio en Chile y que luego llegó, de manera clandestina, a su país de origen.

Alabado y criticado en iguales proporciones, este ensayo publicado por primera vez en 1845 muestra la vida de Juan Facundo Quiroga, militar y político gaucho miembro del Partido Federal, gobernador y caudillo de la provincia de La Rioja durante las guerras civiles argentinas en las décadas 20 y 30 de ese siglo. Unitarios contra federales. Civilización o barbarie. Una grieta que, desde la fundación del país, ha persistido, de alguna u otra manera, hasta el día de hoy.

 

¿Cuál era para Sarmiento el mayor problema de la Argentina de ese entonces? “El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión: el desierto la rodea por todas partes, y se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado sin una habitación humana, son, por lo general, los límites incuestionables entre unas y otras provincias. Allí, la inmensidad por todas partes: inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los ríos, el horizonte siempre incierto”, escribe al comienzo de Facundo.

Lo que destaca el estadista, que terminaría por llegar a presidente casi dos décadas más tarde, es el desinterés que había por aprovechar todo lo que semejante extensión ofrecía: “El favor más grande que la Providencia depara a un pueblo, el gaucho argentino lo desdeña, viendo en él, más bien, un obstáculo opuesto a sus movimientos, que el medio más poderoso de facilitarlos”.

A casi 200 años de su publicación, Facundo, que puede descargarse de manera gratuita con otros cuatro libros de Sarmiento en la tienda de Bajalibros, continúa siendo un texto clave para entender los procesos que devinieron en la Argentina actual, en la que la grieta, con otros nombres y protagonistas, sigue en el centro de las discusiones políticas.

Así empieza “Facundo”, de Domingo F. Sarmiento

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ASPECTO FÍSICO DE LA REPÚBLICA ARGENTINA Y CARACTERES, HÁBITOS E IDEAS QUE ENGENDRA

El continente americano termina al sur en una punta, en cuya extremidad se forma el Estrecho de Magallanes. Al oeste, y a corta distancia del Pacífico, se extienden, paralelos a la costa, los Andes chilenos. La tierra que queda al oriente de aquella cadena de montañas y al occidente del Atlántico, siguiendo el Río de la Plata hacia el interior por el Uruguay arriba, es el territorio que se llamó Provincias Unidas del Río de la Plata, y en el que aún se derrama sangre por denominarlo República Argentina o Confederación Argentina. Al norte están el Paraguay, el Gran Chaco y Bolivia, sus límites presuntos.

La inmensa extensión de país que está en sus extremos, es enteramente despoblada, y ríos navegables posee que no ha surcado aún el frágil barquichuelo. El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión: el desierto la rodea por todas partes, y se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado sin una habitación humana, son, por lo general, los límites incuestionables entre unas y otras provincias. Allí, la inmensidad por todas partes: inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los ríos, el horizonte siempre incierto, siempre confundiéndose con la tierra, entre celajes y vapores tenues, que no dejan, en la lejana perspectiva, señalar el punto en que el mundo acaba y principia el cielo.

Al sur y al norte, acéchanla los salvajes, que aguardan las noches de luna para caer, cual enjambre de hienas, sobre los ganados que pacen en los campos y sobre las indefensas poblaciones. En la solitaria caravana de carretas que atraviesa pesadamente las pampas, y que se detiene a reposar por momentos, la tripulación, reunida en torno del escaso fuego, vuelve maquinalmente la vista hacia el sur, al más ligero susurro del viento que agita las yerbas secas, para hundir sus miradas en las tinieblas profundas de la noche, en busca de los bultos siniestros de la horda salvaje que puede, de un momento a otro, sorprenderla desapercibida. Si el oído no escucha rumor alguno, si la vista no alcanza a calar el velo oscuro que cubre la callada soledad, vuelve sus miradas, para tranquilizarse del todo, a las orejas de algún caballo que está inmediato al fogón, para observar si están inmóviles y negligentemente inclinadas hacia atrás. Entonces continúa la conversación interrumpida, o lleva a la boca el tasajo de carne, medio sollamado, de que se alimenta.

Si no es la proximidad del salvaje lo que inquieta al hombre del campo, es el temor de un tigre que lo acecha, de una víbora que puede pisar. Esta inseguridad de la vida, que es habitual y permanente en las campañas, imprime, a mi parecer, en el carácter argentino, cierta resignación estoica para la muerte violenta, que hace de ella uno de los percances inseparables de la vida, una manera de morir como cualquiera otra, y puede, quizá, explicar en parte, la indiferencia con que dan y reciben la muerte, sin dejar en los que sobreviven impresiones profundas y duraderas.

La parte habitada de este país privilegiado en dones, y que encierra todos los climas, puede dividirse en tres fisonomías distintas, que imprimen a la población condiciones diversas, según la manera como tiene que entenderse con la naturaleza que la rodea. Al norte, confundiéndose con el Chaco, un espeso bosque cubre, con su impenetrable ramaje, extensiones que llamaríamos inauditas, si en formas colosales hubiese nada inaudito en toda la extensión de la América. Al centro, y en una zona paralela, se disputan largo tiempo el terreno, la pampa y la selva; domina en partes el bosque, se degrada en matorrales enfermizos y espinosos; presentase de nuevo la selva, a merced de algún río que la favorece, hasta que, al fin, al sur, triunfa la pampa y ostenta su lisa y velluda frente, infinita, sin límite conocido, sin accidente notable; es la imagen del mar en la tierra, la tierra como en el mapa; la tierra aguardando todavía que se la mande producir las plantas y toda clase de simiente.

Pudiera señalarse, como un rasgo notable de la fisonomía de este país, la aglomeración de ríos navegables que al este se dan cita de todos los rumbos del horizonte, para reunirse en el Plata y presentar, dignamente, su estupendo tributo al océano, que lo recibe en sus flancos, no sin muestras visibles de turbación y de respeto. Pero estos inmensos canales excavados por la solícita mano de la naturaleza, no introducen cambio ninguno en las costumbres nacionales. El hijo de los aventureros españoles que colonizaron el país, detesta la navegación, y se considera como aprisionado en los estrechos límites del bote o de la lancha. Cuando un gran río le ataja el paso, se desnuda tranquilamente, apresta su caballo y lo endilga nadando a algún islote que se divisa a lo lejos; arribado a él, descansan caballo y caballero, y de islote en islote se completa, al fin, la travesía.

De este modo, el favor más grande que la Providencia depara a un pueblo, el gaucho argentino lo desdeña, viendo en él, más bien, un obstáculo opuesto a sus movimientos, que el medio más poderoso de facilitarlos: de este modo, la fuente del engrandecimiento de las naciones, lo que hizo la celebridad remotísima del Egipto, lo que engrandeció a la Holanda y es la causa del rápido desenvolvimiento de Norteamérica, la navegación de los ríos o la canalización, es un elemento muerto, inexplotado por el habitante de las márgenes del Bermejo, Pilcomayo, Paraná, Paraguay y Uruguay.

Desde el Plata, remontan aguas arriba algunas navecillas tripuladas por italianos y carcamanes; pero el movimiento sube unas cuantas leguas y cesa casi de todo punto. No fue dado a los españoles el instinto de la navegación, que poseen en tan alto grado los sajones del norte. Otro espíritu se necesita que agite esas arterias, en que hoy se estancan los fluidos vivificantes de una nación. De todos estos ríos que debieran llevar la civilización, el poder y la riqueza, hasta las profundidades más recónditas del continente y hacer de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba, Salta, Tucumán y Jujuy, otros tantos pueblos nadando en riquezas y rebosando población y cultura, sólo uno hay que es fecundo en beneficio para los que moran en sus riberas: el Plata, que los resume a todos juntos.

En su embocadura están situadas dos ciudades: Montevideo y Buenos Aires, cosechando hoy, alternativamente, las ventajas de su envidiable posición. Buenos Aires está llamado a ser, un día, la ciudad más gigantesca de ambas Américas. Bajo un clima benigno, señora de la navegación de cien ríos que fluyen a sus pies, reclinada muellemente sobre un inmenso territorio, y con trece provincias interiores que no conocen otra salida para sus productos, fuera ya la Babilonia americana, si el espíritu de la pampa no hubiese soplado sobre ella y si no ahogase en sus fuentes, el tributo de riqueza que los ríos y las provincias tienen que llevarle siempre. Ella sola, en la vasta extensión argentina, está en contacto con las naciones europeas; ella sola explota las ventajas del comercio extranjero; ella sola tiene poder y rentas.

En vano le han pedido las provincias que les deje pasar un poco de civilización, de industria y de población europea: una política estúpida y colonial se hizo sorda a estos clamores. Pero las provincias se vengaron mandándole en Rosas, mucho y demasiado de la barbarie que a ellas les sobraba.

Harto caro la han pagado los que decían: “La República Argentina acaba en el Arroyo del Medio”. Ahora llega desde los Andes hasta el mar: la barbarie y la violencia bajaron a Buenos Aires, más allá del nivel de las provincias. No hay que quejarse de Buenos Aires, que es grande y lo será más, porque así le cupo en suerte. Debiéramos quejarnos, antes, de la Providencia, y pedirle que rectifique la configuración de la tierra. No siendo esto posible, demos por bien hecho, lo que de mano de Maestro está hecho. Quejémonos de la ignorancia de este poder brutal, que esteriliza para sí y para las provincias, los dones que natura prodigó al pueblo que extravía. Buenos Aires, en lugar de mandar ahora luces, riqueza y prosperidad al interior, mándale sólo cadenas, hordas exterminadoras y tiranuelos subalternos. ¡También se venga del mal que las provincias le hicieron con prepararles a Rosas!

He señalado esta circunstancia de la posición monopolizadora de Buenos Aires, para mostrar que hay una organización del suelo, tan central y unitaria en aquel país, que aunque Rosas hubiera gritado de buena fe: “¡Federación o muerte!”, habría concluido por el sistema unitario que hoy ha establecido. Nosotros, empero, queríamos la unidad en la civilización y en la libertad, y se nos ha dado la unidad en la barbarie y en la esclavitud. Pero otro tiempo vendrá en que las cosas entren en su cauce ordinario.

Lo que por ahora interesa conocer, es que los progresos de la civilización se acumulan en Buenos Aires solo: la pampa es un malísimo conductor para llevarla y distribuirla en las provincias, y ya veremos lo que de aquí resulta. Pero sobre todos estos accidentes peculiares a ciertas partes de aquel territorio, predomina una facción general, uniforme y constante; ya sea que la tierra esté cubierta de la lujosa y colosal vegetación de los trópicos, ya sea que arbustos enfermizos, espinosos y desapacibles revelen la escasa porción de humedad que les da vida; ya, en fin, que la pampa ostente su despejada y monótona faz, la superficie de la tierra es generalmente llana y unida, sin que basten a interrumpir esta continuidad sin límites, las sierras de San Luis y Córdoba en el centro, y algunas ramificaciones avanzadas de los Andes, al norte.

Nuevo elemento de unidad para la nación que pueble, un día, aquellas grandes soledades, pues que es sabido que las montañas que se interponen entre unos y otros países, y los demás obstáculos naturales, mantienen el aislamiento de los pueblos y conservan sus peculiaridades primitivas. Norteamérica está llamada a ser una federación, menos por la primitiva independencia de las plantaciones, que por su ancha exposición al Atlántico y las diversas salidas que al interior dan: el San Lorenzo al norte, el Mississipí al sur y las inmensas canalizaciones al centro. La República Argentina es “una e indivisible”.

Quién fue Domingo F. Sarmiento
♦ Nació en San Juan, Argentina, en 1811, y falleció en Asunción, Paraguay, en 1888.

♦ Fue político, escritor, docente, periodista, militar y estadista.

♦ Tuvo diversos cargos políticos: gobernador de la provincia de San Juan entre 1862 y 1864, presidente de la Nación Argentina entre 1868 y 1874, senador nacional por su provincia entre 1874 y 1879 y ministro del Interior en 1879.

♦ Es autor de libros como Mi defensa, Facundo, Recuerdos de provincia y Conflicto y armonías de las razas en América, entre otros.

 

 

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