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EL REGRESO DE PERÓN: REUNIONES SECRETAS Y EL PLAN PARA ASESINARLO

Mientras se preparaba la llegada del expresidente a la Argentina en noviembre de 1972, los militares mantenían febriles encuentros con el peronismo y advertían que no admitirían el desorden ni la violencia que apoyaba la “tendencia revolucionaria”. El Plan Macuto que una espía le reveló a a Perón que armado por el PRT-ERP y los secretos del vuelo que lo traería de regreso.

Cultura - Historia BERNABE

El sábado 11 de noviembre de 1972, el gobierno todavía seguía imaginando un gran acuerdo político con la llegada de Juan Perón e hizo trascender (¿dónde sino?) en La Opinión un largo pasticcio de la Comisión Coordinadora del Plan Político, con las consideraciones elevadas por los partidos para ser sintetizadas por el Ministerio del Interior. Una suerte de Pacto de la Moncloa (que todavía no existía) suma de generalidades que nadie tomó en cuenta.

En otro lugar de Buenos Aires, el gobierno reclamaba por segunda vez conocer los detalles del arribo del expresidente para, de esa manera, ajustar los planes de seguridad. En la primera ocasión, Héctor Cámpora había solicitado una reunión con la Junta de Comandantes y había sido rechazada. ¿Cómo? ¿Intentaban coordinar un plan con Perón y al mismo tiempo no dialogaban con su delegado?

 El viaje del retorno se haría en el avión DC-8 Giuseppe Verdi de Alitalia, e iba a realizar el vuelo Roma-Buenos Aires con todos los miembros del charter y retornaría siguiendo la misma ruta. Perón y su círculo llegaría a Roma en un vuelo privado y esperaría ahí la llegada del charter y su retorno a la Argentina. No quiso salir de Madrid y se explica de dos maneras. Primero, algunos industriales italianos ayudaron a que el viaje se llevara a cabo y pugnaron para hacer esa ruta. La partida desde la Ciudad Eterna tenía un mensaje, una simbología, ya que se hablaba que detrás de Perón vendrían ingentes capitales italianos a invertir a la Argentina. Además, Giancarlo Elía Valori le había dado la media palabra de un encuentro privado con el papa Pablo VI. Segundo, Juan Domingo Perón quiso mandarle una señal de desagrado al generalísimo Francisco Franco Bahamonde. Las causas del malestar con el mandatario español se la relatará Perón el doctor Antonio Puigvert y aparecen en sus Memorias.

Una mañana de abril de 1971, en medio de las confidencias, Perón le pregunto:

–¿Cómo podría yo, doctor, hablarle de un tema que me obsesiona, sin herir su sensibilidad?

–A mí lo único que me hiere es la intención. Y tal como lo ha planteado yo sé que su intención es buena. Descargue, pues, lo que lleva adentro y no se preocupe por más.

–Yo agradezco -¡cómo no!- la generosa hospitalidad que se me ha dado. Reconozco también las múltiples dificultades internacionales que mi presencia aquí puede producirles y que yo trato por todos los medios de evitar siguiendo una conducta que no pueda dar lugar a falsas interpretaciones. Pero yo, en mis días, me enfrenté contra todas las naciones del mundo por defender a España ganándome la animadversión de las Naciones Unidas por votar contra las sanciones; aporté a este país que tanto amo toda la ayuda económica que tuve a mano; hubo aquí pan porque yo mandé trigo. No pretendo pasar la factura, pero sí que se recuerde el gesto. Además, Franco y yo tenemos la misma profesión y la misma categoría en la milicia. Llevo muchos años aquí ¡y no lo he visto nunca! No ha sido bueno para llamarme, siquiera en secreto, a compartir una taza de café y una hora de charla, o estar invitado a una cacería, etc.

“Eso lo llevaba en el alma”, fue la reflexión de Puigvert. Unos meses más tarde, cuando Perón ya estaba en la buena, el gobierno de Franco lo quiso condecorar con la Gran Cruz de Isabel la Católica y Perón se negó. Héctor José Cámpora la aceptó.

Como si no faltaran personajes en la trama que construía diariamente el morador de Navalmanzano 6, apareció en escena Rodolfo Rolo Martínez, ex Ministro del Interior del presidente José María Guido, un gran señor cordobés de estirpe conservadora que vivía en Washington y trabajaba al lado de Galo Plaza, el secretario general de la OEA. Rolo se entrevistó con Perón en la quinta “17 de Octubre”, después con Héctor Villalón, para analizar la situación argentina y enviar un mensaje a los altos niveles de Washington, según los cables de las agencias internacionales. Cuando partió de la capital española ponderó la personalidad del expresidente motivando que el embajador argentino en los EEUU, Carlos Manuel Muñiz (que lo conocía muy bien porque habían compartido el mismo gabinete de Guido) pidiera algún tipo de aclaración.

Todos peleaban por subir al Giuseppe Verdi. Algunos con grandes pergaminos tuvieron el camino abierto, muchos otros por sus cualidades intelectuales y deportivas fueron incluidos, en un total de 154. En Roma también se acoplaron al vuelo los italianos Giancarlo Elía Valori y el Honorable Licio Gelli. Otros tuvieron problemas para colarse en el viaje.

A la distancia uno se pregunta qué hacían ahí, porque ellos eran hombres de la estructura del PRT-ERP; orgánicamente eran sus abogados defensores, dueños de sus grandes secretos. Ambos estaban prontuariados, pero no por delitos políticos sino por estafas. Uno era Rodolfo Ortega Peña (Prontuario Nº 177.594 de la División Defraudaciones y Estafas), denunciado por la firma Garbarino por no pagar una heladera Westinghouse. El letrado fue prófugo del Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Criminal de Instrucción Nº 15, Secretaría 145, desde 1966 hasta noviembre de 1972, y tuvo que regularizar su situación para entrar en el charter. El prontuario de su socio, Eduardo Luis Duhalde, era más frondoso. Estaba denunciado por haber retenido las indemnizaciones de las ayudantes de cocina, empleadas de Gastronómicos, Anita Centurión y Deslinda Muñoz (Causa Nº 7451 del Juzgado de Instrucción Nº 15, Secretaría 145, mayo de 1970). No terminaba ahí su debilidad por lo ajeno y el arte culinario. A principios de 1971, volvió a ser denunciado por el gastronómico Víctor René Díaz por no haberle sido entregada la suma de $ 910, que le correspondía por indemnización, y que Duhalde había retirado del Juzgado Laboral. El abogado se había negado a declarar en junio de ese año y la causa estaba abierta.

 De los numerosos documentos inéditos que se escribieron en esas horas el más significativo es uno de 66 páginas, que no es otro que la desgravación de una larga reunión en la Casa de Gobierno entre las autoridades del Estado Mayor Conjunto con la dirigencia peronista. Las FF.AA. estaban encabezadas por el brigadier Osvaldo Cacciatore y por el peronismo asistieron entre otros, Cámpora, Juan Abal Medina, Jorge Osinde, José Rucci, Lorenzo Miguel, Rogelio Coria, Casildo Herrera y Alejandro Díaz Bialet.

Ahí constan los problemas de esos momentos y traduce el “clima de época”. En el tramo inicial, Cámpora dijo: “Hacemos saber con absoluta autenticidad todos los pasos que el general Perón va a dar desde su llegada a Ezeiza. No tenemos, señor Brigadier, otros pasos que el señor general Perón va a dar en el país a no ser lo que su propia voluntad decida, como asimismo que se radique nuevamente en el país. Así que los actos a realizarse, señor Brigadier, son la llegada de Perón y lo que se propone. Para su seguridad, para tranquilidad del pueblo, es conveniente que esté algunas horas en el hotel de Ezeiza… ha de almorzar en el hotel de Ezeiza si así lo desea, luego descansar en horas de la tarde habrá una conferencia de prensa y ahí terminan todos los actos, para que el general Perón utilice cuanto antes su residencia que tiene en Vicente López”. El relato del delegado es claramente significativo porque, como veremos más adelante, “el relato” de los que rodeaban al ex mandatario será intoxicado con la versión de que estaba “prisionero de los militares”, hasta que dejó el hotel a la mañana siguiente.

El brigadier Cacciatore arranacó: “Me voy a permitir recordar algunas expresiones suyas como guía de esta conversación, hace muy pocas horas hubo un allanamiento en la residencia prevista para el señor Perón y allí fue encontrado diverso material que, evidentemente, tiene calificación de guerra. Sería de preguntarse si dentro de esos criterios está prevista la seguridad personal a la cual usted se refirió”

La respuesta llegó del teniente coronel Jorge Osinde: “No, no, señor Brigadier. La seguridad del movimiento justicialista, en ningún sentido y en ningún momento, puede orientarse hacia un aspecto de carácter agresivo. Todo lo contrario […] Quien dentro del movimiento esté o pretendiera estar dentro del movimiento en esa intención, está en un acto de indisciplina, ajeno a las directivas que se han impartido a todos los que participan en esta conducción”.

A continuación el general Betti dijo: “Lo que se pretende es no custodias ilegales”.

Al preguntar Cacciatore quién iba a ser el jefe de la custodia personal de Perón, Jorge Osinde se limitó a decir “voy a ser yo”. Minutos más tarde Betti habló del asesinato del presidente John Kennedy y preguntó en voz alta: “¿Qué pasa si un incidente de esa naturaleza se desarrolla a caballo de este proceso? ¿Nos echamos la culpa unos a los otros por no controlar debidamente y coordinar medidas de seguridad que hacen a la paz del país?”

Díaz Bialet agregó: “Entones pienso que una primera medida sería de carácter psicológico. Que las FF.AA., por todos los medios de difusión de que se dispone, llevasen al pueblo a la convicción de que realmente existe el propósito de resguardar la vida de Perón y de posibilitar el recibimiento del mismo en absoluta paz”.

Queda claro que ninguno de los presentes estaba al tanto de uno de los secretos de Perón. En su archivo de Madrid constaba el “Plan Macuto” de su asesinato, seguido de un alto grado de conmoción social y el intento de tomar el poder. Plan que una espía de Perón le cuenta que estaba armando el PRT-ERP. Plan que no fue puesto en funcionamiento en noviembre de 1972 y sí en junio de 1973. El plan está relatado, con documento, en mi libro Puerta de Hierro (sudamericana 2015).

 El General Betti entonces dijo: “A veces se confunden términos, la represión no agrada a nadie, pero a veces hay que ser duro para mantener el orden; es distinto cuando hay que controlar algo pequeño […] grupos interesados que pueden llevar a situaciones peligrosas… no hay ninguna garantía de que alguien no tire la primera piedra y esto trae la cadena de piedras. ¿Les trae a ustedes alguna reflexión las palabras que se han dicho en distintas reuniones? ¿Una piedra en cada mano?”.

Justamente, días antes, en un acto en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Rodolfo Galimberti presidió un acto y habló: “No sabemos si la burocracia sindical repetirá la traición de Vandor y Alonso en 1964, cuando no lanzaron el anunciado paro general, durante el primer operativo retorno”. Después de ponderar a las “formaciones especiales” gritó: “El que tenga piedras, que lleve piedras, el que tenga algo más, que lleve algo más.”

Más tarde, Juan Manuel Abal Medina intentó bajar la tensión declarando que El Loco había hablado a “título personal”. Esa era una de las tareas que le había encargado Perón.

 

 

 

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