El tiempo en que no estás

Que esconden tus ojos taciturnos en las ruinas de mis manos esperanzadas, cuando descansa la mañana en tu espalda y se tiñe de grises tus cabellos para llevarme como nunca en tu calma.

Que me dice el susurro de tu voz en las cuencas del amor sediento, con el frágil beso de la noche y prestados momentos, de epidérmis colorida como un cuadro con sus hojas de invierno cayendo en la capas del salvaje paisaje donde se escabulle  tus recuerdos.

Que permites que fluya en los labios la locura descontrolada y complaciente, cuando quieres, cuando piensas, cuando buscas tenerme.

Y los pasos van marcando la llegada de un nuevo encuentro y me tienes porqué quieres, porque sientes que se eriza la piel de tu vientre. 

En el vaiven del final de tu cordura dónde descansa el placer de tu bravura en el gemido candente de un silencio majestuoso, dónde se expande la sustancia que dió placer a tanto gozo.
Y me tienes, me buscas, me detengo observando el color de tu misterio que me envuelve una y mil veces y me retrae por miedo a no tenerlo.

Que perdida en el as de tu juego donde yace los peones del infierno, maldigo y me canso, entonces me despojo de tu cuerpo que me suelta porque quiere porque siente que fluyó el efímero efecto de desearte nuevamente sin involucrar los sentimientos.

No soy nada sin el alma de mi cuerpo que pasea cada noche en silencio y sincroniza en la mente el defecto más antiguo, más temible más correcto.