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LOS DESAFÍOS QUE IMPLICA INMIGRAR EN FAMILIA

Emigrar en familias implica ciertos efectos en el plano emocional de cada integrante. Tanto adultos como niños o adolescentes atraviesan diferentes situaciones que dependen de la edad y el contexto que viven.

Sociedad BERNABE
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Emprender un proceso migratorio implica transitar por una enorme y variada mezcla de sensaciones que, para cada persona, se vive de forma diferente. Hacerlo junto a la familia, niños o adolescentes, supone una serie de desafíos extra que deben ser incluidos en la balanza a la hora de embarcarse en dicha aventura.

"Emigrar en familia trae ciertos efectos a nivel psíquico y emocional. Cada uno de los miembros transitará diferentes situaciones, duelos, crisis y cambios propios de la migración, y a su vez lo experimentarán de distintas maneras, dependiendo de su etapa vital, su subjetivida e historia", señaló la licenciada en Psicología, Carla Gentile.

"A pesar que lo vivan de distinta forma, indicó la profesional, el estado anímico y cómo lo transite cada uno va a interferir en la dinámica familiar. Más aún en el caso de los niños, ya que dependen en mayor medida de los adultos y no cuentan con los suficientes recursos psicológicos ni la madurez para afrontar la situación de forma independiente a sus padres".

En el caso de los adolescentes, remarcó, "es posible que algunos puedan verse más afectados porque tienen que separarse de mayores espacios de pertenencia y de sus amistades, que en esa etapa suelen ser muy valiosas".

Como recomendación principal, Gentile indicó que es aconsejable hacer partícipes a los hijos, tanto niños como adolescentes, de las decisiones a la hora de emigrar y explicarles sencillamente cómo será dicho proceso. "Es importante que los adultos puedan validar y hablar, tanto lo que ellos sienten con esta experiencia, como lo que sienten sus hijos con la misma, ya que es un proceso muy complejo y movilizante, y no debe sorprender si aparecen distintas emociones o nuevas conductas en cada miembro de la familia", añadió.

 Diferentes formas de vivir una migración

Florencia emigró junto a su esposo y su hijo pequeño desde Mendoza hace casi 8 años. Primero lo hicieron a Madrid y luego, por cuestiones laborales de su marido, viraron hacia Barcelona.

En Madrid, cuenta, fueron recibidos de tal forma que se sintieron muy cómodos y eso hizo que la transición fuera bastante menos complicada que muchas otras historias de migración. “Mi primer encuentro con la gente en Madrid fue en el colegio de mi hijo, que hizo dos años de primaria allí. Nos recibieron muy bien e instantáneamente nos incluyeron en grupos de WhatsApp, a mí me invitaban a tomar cafés para contarme cosas de la escuela y del barrio, seguramente porque vieron mi cara de desencajada y perdida ya que estábamos solos, no conocíamos a nadie”, reconoció.

Sin embargo, por cuestiones laborales de su marido, la familia tuvo mudarse a Barcelona y allí, confiesa, tuvieron una experiencia bastante diferente: “Vivimos esas historias de gente que emigra y no se le hace nada fácil adaptarse. Nos costó entrar en los grupos, la gente de aquí era muy distante, más reservados. Nuestras primeras relaciones fueron con extranjeros que estaban en una situación similar a la nuestra y al tiempo comenzamos a conocer catalanes”.

“En Barcelona costaba un poco más acercarse, ese impacto fue un poco desalentador al principio, pero teníamos claro que nos queríamos quedar, entonces buscamos actividades que nos dieran la posibilidad de poder relacionarnos”, agregó.

Para los menores, ese cambio tan rotundo de entorno y la pérdida de ciertos afectos puede impactar de diferentes maneras. Ante esa posibilidad, Florencia contó que su hijo se adaptó sin problemas y que “siempre ha sido muy abierto y simpático”. Sin embargo, en los primeros años, cuando retornaban a España luego de visitar a sus familiares en Argentina, eran momentos difíciles para el menor por la separación de sus afectos.

Allá por 2015, cuando arribaron a Madrid, su hijo tenía tres años, una circunstancia que considera puede haber influido en que su adaptación tras la migración fuera más “natural” y sin complicaciones. “Si hubiera sido más grande y hubiera tenido más vínculos en Argentina, más allá de la familia, o se hubiera criado allá, creo que hubiera sido más difícil la adaptación, por todo lo que hubiera dejado atrás en Argentina, que es un poco lo que nos pasó a nosotros y a todos los adultos cuando llegan a otro país”, marcó.

En cuanto a su adaptación a la escolaridad española, comentó que “siempre ha sido muy buena, es un niño muy sociable y nunca hemos tenido ningún problema con sus compañeros ni de adaptación. Este año va a terminar la primaria acá y se lleva un grupo de amigos re lindo”.

“Recién llegado a Madrid creía que le hablaban en otro idioma, por las diferencias del uso del español, al principio estaba más tímido porque no entendía lo que le hablaban, hasta que se fue adaptando y se enganchó”, agregó.

Aprovechar los desafíos como nuevas oportunidades

Sabrina Giacobbe y su marido Julián han transitado por dos experiencias migratorias muy diferentes junto a sus hijos. Desde Rosario, primero lo hicieron a Brasil en 2015 con su hija mayor, y cuatro años más tarde, tras el nacimiento de su segundo hijo, los cuatro se instalaron en Italia.

Aquel primer proceso tuvo como motivos “aquellos que si le preguntas a cualquier argentino, son similares: la inseguridad, la imposibilidad de un progreso económico, sumado a varios episodios de inseguridad y el no poder progresar ni desarrollarse uno como persona. Además de incluir el futuro de nuestros hijos en la balanza”.

“Optamos por Brasil porque Julián tiene a gran parte de su familia allí y, como viajábamos con Emilia (que tenía 2 años y medio), no pensábamos ir a un lugar donde no conociéramos a nadie. Teníamos esa facilidad de que nos recibía alguien y que mi esposo ya había vivido muchos años allí, y que conocíamos el lugar porque el año anterior habíamos ido de vacaciones. Eso nos permitió tener cierta seguridad al emigrar, aunque es no implica que después no se deje de tener inconvenientes”, describió.

"La familia nos ayudó un montón en la parte emocional y de apoyo, uno no está solo. Mi nena siempre estuvo con sus primitas y jugaban, más allá de los amiguitos en sí. La sociedad allí es muy solidaria y muy receptiva, muy alegre", aportó.

Sabrina explicó que al principio, para su hija fue difícil adaptarla al colegio porque no entendía el idioma, aunque al cabo de dos meses, ya estaba totalmente adaptada: “Tras unos dos meses ya se quería quedar, no tuvimos ningún inconveniente. Con el tema de inscribirla tampoco, la recibieron súper bien. No nos pidieron demasiados requisitos, simplemente los documentos que ya habíamos tramitado y nada más. Además ella era muy chiquita, entonces no nos pidieron certificado de estudios anteriores ni nada de eso”.

También señaló que en la ciudad brasilera, la mitad de la población es extranjera, chilenos, uruguayas y gran cantidad de argentinos. “Te cruzas con mucha gente que habla español, muchos nenes en la escuela hablan español, eso puede hacer que la adaptación de un niño a la escuela sea mejor, o que te acepten más. Y al ser un lugar muy turístico, hay muchos italianos, españoles. Está buenísimo porque todos conviven con una armonía que a mí me sorprendió mucho cuando llegué”, reconoció.

En Brasil, nació su segundo hijo, Emanuel. Y tras cuatro años de haber vivido allí, analizando la situación y con diversos motivos, tomaron la decisión de emprender otra vez viaje. “Como soy descendiente de italianos, tenía la oportunidad de obtener la ciudadanía. Entonces emprendimos viaje a Italia y terminamos instalándonos en San Benedetto del Tronto, en la región de Marche, a unas tres horas aproximadas de viaje en auto a Roma”, contó.

Sin embargo, esa nueva adaptación, confesó, fue más dura ya que se encontraban solos: “Fue un momento en que tuvimos que valernos únicamente por nuestros medios. Nadie estaba para cuidar de nuestros niños, quizás con un sueldo alcanzaba pero no para ahorrar, tuve que ver la forma de trabajar en forma autónoma para poder estar también en casa. Todo eso nos costó más. En Brasil mi esposo sabía el idioma y yo me tuve que adaptar de cero; pero en Italia ninguno sabía el idioma, y nos llevó entre un año y medio y dos el poder entablar una conversación con alguien de forma fluida y que no se tenga que cortar en un punto”.

Uno de los mayores obstáculo, dijo, fue el idioma: “Uno se tiene que dar el tiempo de poder aprenderlo, ya que al cabo de uno o dos años lo termina aprendiendo súper bien y se integra con la gente. Es ese tiempo que, a veces al comentarlo no parece mucho, pero mientras se vive es mucho tiempo que uno se frustra muchas veces creyendo que no logrará aprenderlo e integrarse con la gente, pero se logra con mucho tiempo, esfuerzo y dedicación”.

Ellos no fueron los únicos que sufrieron el impacto de una nueva mudanza, ya que su hija mayor dejaba sus primeros vínculos atrás: “Para mi hija más grande, este nuevo proceso implicó hablarlo antes en Brasil y convencerla con lo que había en Italia que a ella le gustara. Sirvió para que quisiera sumarse a esta aventura, nosotros siempre tratamos de que los niños siempre sean parte. El más chico no era consciente pero ella sí, tuvo que dejar muchos amiguitos en Brasil, con quienes mantiene el contacto”. “Al principio, durante los primeros dos meses, si vos le preguntabas ella se quería volver; si le preguntas ahora, por ejemplo, nos queríamos ir de vacaciones a Brasil y nos dijo ‘pero de vacaciones, ¿no? Porque me gusta tanto la vida en Italia que no quisiera quedarme allí’. Nos dio la satisfacción de saber que fue una buena decisión e hicimos las cosas bien”, contó.

Al llegar al país italiano, señaló que “te encontrás de todo. Hay personas a las cuales no les gustan mucho los inmigrantes, aunque al enterarse que sos descendiente de italianos les cambia la cara y sos un italiano más” aunque reconoció que sí puede existir discriminación, como la hay en otros país, en ciertos aspectos. “No es algo que siempre suceda, en ciertas situaciones podés llegar a vivirlo pero no siempre”, dijo y agregó que puede suceder en mayor medida en entes públicos.

“La gente en sí es amable y tiene su forma de ser, que no son tan confianzudos a la primera pero son amables de todas formas”, comentó sobre la forma de ser de los italianos y describió la situación de los niños: “en las escuelas, al menos en nuestra experiencia la adaptación fue súper buena y los han recibido de una manera muy dulce y amorosa. También conozco muchos argentinos aquí que tienen a sus hijos en las escuelas, y a uno lo han recibido mejor que otro. Incluso los adolescentes se han integrado súper bien, ninguno de mis conocidos ha sufrido ese tipo de discriminación o burla por venir de otro país”.

En base a sus experiencias migratorias, hace varios años que Sabrina comenzó con lo que hoy en día es una agencia que ayuda a familias que quieren emigrar a Italia: “hacemos todo tipo de trámites y documentación en Italia, talleres desde la parte emocional, y hasta curso de idiomas para aprender la lengua italiana”.

Cruzar el Río de la Plata, una transición más amena
Teniendo en cuenta posibilidades de crecimiento económico, profesional y proyecciones a futuro para su familia, Carla decidió emigrar junto a su esposo y sus tres hijas hacia Uruguay. A fines de diciembre del 2022 viajó rumbo a Montevideo para buscar casa y en febrero terminaron de instalarse en la capital uruguaya.

Comentó que tenían expectativas de poder progresar “en todo sentido”, y, a pesar de que se trate de una experiencia muy reciente, se sorprendieron de forma grata por la calidez de los uruguayos: “son muy amigables, solidarios y predispuestos a ayudar”.

Sobre la experiencia de emigrar junto a sus tres hijas, de 16, 13 y 8 años, indicó que tras una primera charla obtuvieron “una reacción negativa, pero luego fueron asumiéndolo bastante bien”. “De hecho, lo han tomado como un desafío emocional, intelectual y personal, con los altibajos obvios de las mudanzas”, agregó.

Carla explicó que para poder insertar a sus hijas en el ámbito escolar uruguayo contó con la complicidad de quien será el director de sus pequeñas y tuvieron en cuenta varios factores: “Tuvimos en cuenta que fueran las tres al mismo colegio, que no fuera uno religioso, nos guiamos por la propuesta académica, que acá son casi todos doble escolaridad, y también el precio”. “Ese mismo director nos hizo los contactos para que las chicas tuvieran posibilidades previamente de conocer a sus futuros compañeros", agregó.

Ante el inminente comienzo de clases para las niñas en Uruguay, que será el próximo lunes, indicó que se encuentran muy contentos hasta ahora y con expectativas de conocer gente: “La mayor es quien más le costó, porque tenía sus amistades más afianzadas, y la del medio estaba justo terminando el ciclo de la primaria, en ese sentido fue un poco más fácil. La chiquitita estaba más preocupada por el tema de alejarse de la familia”. “No es que fue fácil irse, terminamos tomándolo como un lugar medianamente cerca, que a pesar de todo es más fácil mantener los vínculos que si nos hubiésemos ido a Europa”, remarcó.

“Creo que ha sido hasta acá muy positivo, aún no damos el salto a la rutina diaria por lo cual no estaría aun siendo muy objetiva quizás. Estamos encantados con la gente uruguaya y con la ciudad”, agregó.

 

 

 

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