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SAN MARTÍN Y EL PARLAMENTO PEHUENCHE

En el marco del debate que se generó hace unos días sobre cuáles fueron los pueblos nativos que ocuparon el sur mendocino, sumamos un antecedente concreto de quiénes fueron los originarios pobladores del actual San Rafael y Malargüe.

Cultura - Historia BERNABE
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En el marco del debate sobre qué pueblos nativos ocuparon el sur mendocino, sumamos un antecedente concreto de quiénes fueron los originarios pobladores del actual San Rafael y Malargüe resaltando la acción de una de esas colectividades indias: los pehuenches y el trascendente encuentro con San Martín en 1816.

Recordemos paralelamente lo que hemos planteado en notas anteriores sobre que las áreas arqueológicamente reconocidas con presencias de colectividades originarias nativas son las del Centro Oeste Argentino que incluyen el sur sanjuanino y el centro y norte de Mendoza (desde cordillera de Los Andes hasta Lavalle) donde se encontraban respectivamente los Huarpes Alletiac (San Juan) y los Huarpes Millcayac (Mendoza) y el área Patagonia, al sur del Río Tunuyán que fue la tierra de Pehuenches y Puelches.


San Martín ya había conseguido después de mucho “empujar”, la anhelada Declaración de la Independencia en Tucumán y con ella el sustento político básico para pasar Los Andes y combatir contra los españoles en carácter de un estado independiente. Y había que apurarse, pues de no ser en ese verano próximo la cosa se complicaría muchísimo. Ya no se podía esperar un año más.

El plan estaba definido. El paso andino se haría en ese verano de 1817 y a través de varias columnas que comprenderían un extenso frente de avance que iría desde el norte de La Rioja hasta el Sur mendocino. El estratégico centro y sur mendocino no fueron para nada la excepción y requirieron una atención especial para renovar una alianza con los originarios pueblos pehuenches y sus caciques, expertos conocedores de los pasos cordilleranos y de todos los vericuetos que esos cerros y montañas presentaban. Y así allí fue San Martín.


Ni un pelo de zonzos. Los Pehuenches y San Martín
Lejísimo estamos de ese incrédulo cuento infantil en donde se decía que estas lides se arreglaban con espejitos de colores. Ni ayer, ni nunca. Pero en este caso había que negociar, y con especialistas como eran el “lonko” (cacique) Neycuñan (Ñacuñan),” el aguilucho blanco” (en pehuenche) y varios caciques y capitanejos más.

Especialistas en el arte de la crianza de caballos que estaban acostumbrados a trepar cerros. Baqueanos que conocían los secretos de los valles y montañas. Poseedores de víveres y ganado cerca del conflicto. Avezados sabedores del territorio, desde dónde había agua para el aprovisionamiento diario hasta dónde el paso montañoso era peligroso con senderos de solo 50 cm. de espesor.

Pero también especialistas en el arte de la guerra y de la negociación, lo que los convirtió en dueños indiscutidos de esas tierras por siglos. “Nada pasaba en el cerro sin que lo supieran los indios”, por algo San Martín se avino a llegar hasta sus dominios y lo primero que les dijo fue: “vengo a su país” y les pido permiso para atravesar por su territorio.

He aquí otro mérito de San Martín. Cuando llegó a Mendoza en 1814 lo primero que hizo fue pedir un “mapa de situación” de la región. Rápidamente se dio cuenta de la importancia, e injerencia, que tenían los grupos éticos en Cuyo, y sobre todo en el sur de Mendoza.

Pero también San Martín percibió como nadie dinámica geopolítica de las fronteras y la posición estratégica de los pueblos nativos en el sur, además de la constante interactuación entre las comunidades y las relaciones diplomáticas entre ellos y criollos.

Y perdón por la digresión; por eso invitamos siempre a quienes nos escuchan o leen a enfocar “el parlamento San Martín - Pehuenche” en otra lógica superior a las tradicionales versiones que solamente lo plantean como acciones de “zapa” o exclusivamente en una composición sobre el astuto juego militar, porque en el fondo también sería una forma de minimizar al estadista (San Martín) sobre el brillante militar que fue y subestimar (paralelamente) la capacidad de desarrollo, acción y gestión de esas tribus durante siglos.

Por eso apenas llegado San Martín a Mendoza requirió todos los detalles de los asentamientos y tolderías indígenas: ubicación geográfica, posición cercana a arroyos o valles, enclaves estratégicos, modos de subsistencia, nombres de los caciques, rangos, parentescos y herencias, vinculaciones y alianzas entre ellos, enfrentamientos, cantidad de pobladores en cada aldea india, relaciones comerciales, usos, costumbres, rituales, celebraciones. Nada absolutamente escapaba a un inventario de San Martín.

Fue el mismo San Martín quien descubrió en su rastreo de información uno de los primeros antecedentes oficiales entre los caciques indios pehuenches y los “blancos”. Había sido el 20 de abril de 1781 en el Fuerte de San Carlos, y la delegación mendocina fue conducida por José Francisco de Amigorena para reunirse con las cortes de los caciques Pichintur y Llongopán, según quedó asentado en las actas del cabildo. “Estas consultas se fueron sucediendo periódicamente, en distintos parajes, como se hizo después en Malargüe, en el paraje que se llama Los Parlamentos, pues éstas tenían por finalidad mantener la paz y la amistad entre las tribus y autoridades de Mendoza” (Juan Isidro Maza: “Toponimia, Tradiciones y Leyendas Mendocinas”. 1979).

Y fue tal la importancia que San Martín le diera a esto, que recién cumplido un mes de haber asumido el gobierno cuyano envía una delegación conducida por el Teniente Coronel, José Susso, comandante del Fuerte de San Carlos, para tener un primer contacto con los hombres de Ñacuñan en los toldos de “Malalhue” (Malargüe - 23 de octubre de 1814).

En ese contexto partió San Martín al parlamento de San Carlos. Sabiendo además de la imperiosa necesidad de sumar voluntades y guerreros para la gesta emancipadora. Dos inquietudes lo obsesionaban: la guerra contra los españoles y cómo atravesar esa cordillera. En ambas situaciones el pueblo indio pehuenche tendría mucho para aportar.

“El cura conversador”
Otro hecho preliminar por destacar es la tarea que le cupo al fray Inalican como “conversador”. El fraile con raíces indias había sido formado en un colegio de curas en Chile (su padre haría sido amigo del padre de Bernardo O´Higgins) e hizo las veces del traductor oficial. Era imprescindibles su tarea porque indefectiblemente “los conversadores” debían ser aceptado por ambas partes para formar parte de los oficios y ceremonias parlamentarias.

Inalican siguiendo la orden de sus superiores consiguió además que los pehuenches recapturarán al coronel español Agustín Huici, quien se había fugado de su prisión en Río Cuarto (Córdoba) tras haber sido apresado por Díaz Vélez en el combate de Las Piedras (1812) y se marchaba a Chile con valiosa información estratégica y militar para comunicársela a los realistas. Y San Martín en su intervención parlamentaria siempre reconoció este hecho, reconociéndolo con una recompensa como agradecimiento de trecientas yeguas, arrobas de tabaco y papel.

“La Consulta”
“He creído del mayor interés tener un parlamento general con los indios pehuenches, con doble objeto, primero, el que si se verifica la expedición a Chile, me permitan el paso por sus tierras; y segundo, el que auxilien al ejército con ganados, caballadas y demás que esté a sus alcances, a los precios o cambios que se estipularán: al efecto se hallan reunidos en el Fuerte de San Carlos el Gobernador Necuñan y demás caciques, por lo que me veo en la necesidad de ponerme hoy en marcha para aquel destino”. Textual de una carta de San Martín a Pueyrredón, Director Supremo (16 de setiembre de 1816).

Lo concreto es que “el parlamento” se producirá en setiembre de 1816 y durará varios días. En realidad, el encuentro no fue en el propio Fuerte de San Carlos, sino en un campo a una distancia aproximada de diez kilómetros del lugar histórico establecido tradicionalmente. Hasta allí llegó San Martín y ese será el lugar de “la consulta”.

Destaquemos que los parlamentos seguían un celoso protocolo y ritual (recibimiento, regalos, lugares de asiento de cada uno en la plaza de reunión, disposición de los testigos y las guardias en sus caballos alrededor del encuentro, establecimiento de las jerarquías, actos de demostración como destrezas o habilidades, propósitos y promesas) y que quedaban asentados y registrados doblemente en forma oral (compromiso y promesa mediante) según el insoslayable rito indio y en forma escrita según el acto administrativo criollo.

“El día señalado para el parlamento a las ocho de la mañana empezaron a entrar cada cacique por separado con sus hombres de guerra, y las mujeres y niños a retaguardia. Los primeros con el pelo suelto, desnudos de medio cuerpo para arriba y pintados hombres y caballos de diferentes colores; es decir, en el estado en que se ponen para pelear con sus enemigos. Cada cacique y sus tropas debían ser precedidos (y esta es una prerrogativa que no perdonan jamás porque creen que es un honor que debe hacérseles) por una partida de caballería de cristianos, tirando tiros en su obsequio. Al llegar a la explanada, las mujeres y niños se separan a un lado, y empiezan a escaramucear al gran galope y otros a hacer bailar sus caballos de un modo sorprendente. El fuerte tiraba cada seis minutos un tiro de Cañón, lo que celebraban golpeándose la boca, y dando espantosos gritos; un cuarto de hora duraba esta especie de torneo, y retirándose donde se hallaban sus mujeres, se mantenían formados, volviéndose a comenzar la misma maniobra que la anterior por otra nueva tribu”. (Crónicas de Willian Miller publicadas en Londres - 1828).

Un plan y la concreción de un objetivo
Lo cierto es que el parlamento sirvió para refrescar las relaciones entre patriotas y pehuenches, restableciendo un ámbito de consenso y cooperación.

En el encuentro San Martín se presentó como paisano, oriundo de las tierras de los guaraníes y mostrando respeto por los pueblos indios. Generó un marco de confianza imprescindible para la concreción de los objetivos. Habló de la libertad que todos merecían y debían conquistar. Y debió ser lógico que ambas partes sintieran al principio una prejuiciosa desconfianza y como siempre pasa en este tipo de relaciones y reuniones, no todos dirán todo lo piensan e imaginan. Pero lo concreto es que San Martín pudo desarrollar su plan, base sustancial para el desarrollo político que anhelaba.

Por El Portillo (Tunuyán) y El Planchón (Malargüe) pasarían escuadras de pocos soldados con la autorización de los pehuenches, sumando guerreros y caballos provenientes del “país indio”; logrando a la par, extender estratégicamente la defensa de los españoles a lo largo de mil kilómetros, lo cual permitió desconcentrar y dividir las fuerzas realistas, desarticulando el eje central español por donde pasaría el grueso del ejército libertador.

Conclusión
“El parlamento”. San Martín y los Pehuuenches; ni aquella versión ingenua, ni la versión que consolida la viveza criolla. Hubo respeto en pos de intereses comunes. En el medio afloró la visión, la misión y el propósito de un estadista de verdad: San Martín, que lidió con hombres tan pragmáticos como él. De ahí el respeto mutuo y la cooperación para que en poco tiempo se logrará la emancipación.

 

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