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UN FÍSICO ARGENTINO DIJO QUE ES POSIBLE VIAJAR EN EL TIEMPO

Gustavo Romero, director del Instituto Argentino de Radioastronomía, habla desde la ciencia, pero también de los cruces con el cine y la literatura.

Sociedad - Mundo Místico BERNABE

Hay demasiadas (¿infinitas?) formas de empezar esta nota: mejor hacerlo por el principio (si tal cosa existe). Cada palabra del doctor Gustavo Esteban Romero, físico argentino, profesor de la UNLP e investigador del CONICET, despierta preguntas. Recibió a Clarín en las oficinas del Instituto Argentino de Radioastronomía (IAR) que dirige, en el Parque Pereyra Iraola.

Para él, ciencia y literatura son universos paralelos. En una conversación, puede explicar cómo una película escrita por un científico llevó a otro a refinar la teoría de los agujeros de gusano, y por qué las máquinas del tiempo son científicamente viables. En el cielo, las estrellas. En la ficción y en la Tierra, también.

Autor de casi medio millar de artículos académicos, Romero publicó distintos libros de divulgación: entre ellos, ¿Es posible viajar en el tiempo?, en 2008. Al año siguiente, Stephen Hawking promocionaba una cena, invitando a "viajeros del tiempo" a un elegante salón de Cambridge. Brillante, provocador y un poco showman, concluyó que la falta de asistencia funcionaba como prueba de que tales personas no existían.

Muchos se han hecho el mismo cuestionamiento: si es factible desplazarse por el espacio-tiempo, ¿por qué no hay turistas, compradores de souvenirs, historiadores, arqueólogos, fugitivos, criminales o políticos del futuro a la vista? ¿Serán genios del disfraz?

Romero cuenta que Kip Thorne, ganador de un Premio Nobel de Física y asesor en películas como Contacto e Interestelar, decidió refutar a Hawking. Y demostró matemáticamente que, de ser posible construir una máquina del tiempo, no se podría usar para desplazarse hacia un momento anterior a su creación.

La razón por la que nadie se sentó en la elegante mesa a comer habría sido —en criollo— que aún no se había construido una máquina de tiempo. La respuesta dio lugar a la llamada "paradoja de Hawking". ¿Quién dijo que los cálculos no eran divertidos?

Había una vez

¿Las fantasías de viajar en el tiempo llegaron primero a la literatura o a la física? Romero asegura que los escritores fueron precursores. El contexto fue fundamental: la Revolución Industrial y el imaginario optimista de progreso permitieron visualizar máquinas capaces de todo.

Si ya existían relatos en los que algún alucinógeno, un suceso inaudito o un golpe en la cabeza llevaban a los personajes a otras fechas y latitudes (basta recordar en la novela Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark Twain), fue el catalán Enrique Gaspar y Rimbau el primero en idear un dispositivo (el "anacronópete") para moverse en el tiempo mediante electricidad. "La idea es descabellada, pero pionera, ya que se apoyaba en la tecnología", desarrolla el profesor.

Después vinieron los clásicos: las novelas Los argonautas crónicos y La máquina del tiempo, de H. G. Wells, publicadas en 1888 y 1895, respectivamente. En la primera, el argumento versaba en los viajes hacia el pasado; en la segunda, hacia el futuro. Aunque autores de la talla de Wells eran visionarios, las huellas del siglo XIX son imborrables. Se reflejan en las palancas, ruedas y engranajes, anacrónicas (valga la redundancia) en un siglo de nanochips y robótica.

Como indica Romero, tanto en la ficción como —especialmente— en la ciencia, "hoy se piensa en aprovechar ciertos fenómenos naturales, para poder manipular el espacio y el tiempo a conveniencia".

Lecturas atemporales: recomendaciones literarias de un físico

En El hombre en el castillo, de 1962, Philip K. Dick se lanzó a una ucronía —o una reconstrucción de la historia sobre datos hipotéticos— donde las fuerzas del Eje ganaban la Segunda Guerra Mundial. El libro se transformó en un éxito y fue llevada a la pantalla chica por Amazon Studios.

Las hipótesis contrafácticas también alimentan papers académicos, pero no se quedan ahí. El "qué habría sido" se cruza por la cabeza de cualquier mortal. ¿Quién no pensó, antes de acostarse, cómo sería su vida si hubiese tomado otras decisiones? ¿Si aquel accidente no hubiera ocurrido? O, hacia adelante, si dejara todo y empezara de cero.

El director del IAR está convencido de que las perplejidades temporales nos acompañan desde siempre. La noción de que las cosas pasan de una forma irreversible causa crisis existenciales. Por lo menos, eso sintió desde chico. Para resolver el embrollo, empezó por la biblioteca y la tele, y terminó en los claustros.

Se convirtió en físico relativista. En otras palabras, estudia el espacio y el tiempo, utilizando las herramientas de la relatividad general. Pero no perdió el gustito por los clásicos como Isaac Asimov, Ray Bradbury, Arthur C. Clarke (el "ABC"). 

Recomienda, particularmente, los cuentos de Robert Heinlein "Por sus propios medios" (1941) y "Todos ustedes, zombies" (1958) e invita a ver Predestinación, la película protagonizada por Ethan Hawke que muestra una suerte de autoentidad generada en un bucle temporal gigante.

Ese mismo concepto resurge en el relato "El serrucho", de Alfred E. van Vogt. Allí, un personaje viaja hacia el pasado, cada vez más lejos, hasta que finalmente su propio viaje termina provocando una liberación de energía, que produce el Big Bang y todo el universo (incluyéndolo a él mismo). Ok, basta de spoilers.

Lo increíble es que el físico norteamericano Richard Gott III redactó un artículo para la revista científica Physical Review, con un modelo cosmológico muy similar. Es decir, un universo autogenerado, que, en el comienzo de su expansión, poseía una región donde era posible el viaje en el tiempo. En ese sentido, para el científico, la causa del universo no estaría en el pasado, sino en el futuro.

Luz, cámara, acción: Hollywood y una revolución científica

Carl Sagan, asesor de la NASA, divulgador y encargado de los discos de oro —una suerte de cápsulas del tiempo de la cultura terrestre— que acompañaron a las sondas espaciales Voyager, escribió en 1985 la novela Contacto.

Como destaca Romero, el suceso no fue un suceso más en la larga trayectoria del astrofísico, ni un mero éxito de ventas y taquilla (cuando fue llevada al cine por Robert Zemeckis), sino que dio un impulso al desarrollo de la ciencia de los viajes en el tiempo.

Para que la trama funcionara, la protagonista debía viajar de una estrella a otra, de forma casi instantánea. Para eso, Sagan decidió arrojarla adentro de un agujero negro. "Él no era físico relativista, sino físico planetario, por lo cual decidió consultar a su amigo Kip Thorne. Este replicó que esto no era realista, pero no se quedó de brazos cruzados".

Romero se entusiasma con el relato. Thorne quiso hacer algo para salvar el argumento: incursionó en una solución a las ecuaciones de Einstein que habilitara ese "atajo". Desarrolló nada menos que los agujeros de gusano. El conductor de Cosmos lo tomó y Thorne publicó sus hallazgos en la American Journal of Physics, causando sensación.

Durante una charla sobre este tema, un colega le sugirió a Thorne que, siguiendo su razonamiento, no solo podrían conectarse dos puntos del espacio, sino del espacio-tiempo.

Luego de revisar la hipótesis, en 1989, el investigador envió a la prestigiosa revista científica Physical Review Letters el primer artículo sobre viajes en el tiempo. Allí discutía un diseño específico de "máquinas del tiempo", en función de las ecuaciones de Einstein, a través de los agujeros de gusano. Ganó para siempre una estrella en el paseo de la fama de los científicos.

"Thorne propuso un espacio-tiempo que no tiene una topología plana, sino una que se puede doblar. Por eso, uno puede entrar por un lado y salir por otro, de forma casi instantánea, conectando dos puntos lejanos del espacio-tiempo, tanto para el pasado como para el futuro", detalla el entrevistado.

Ahora bien, ¿existen en la realidad? Hay quienes consideran la posibilidad de que, como ocurre con los agujeros negros, el universo venga con ellos desde su origen. Esto no se ha podido establecer (incluso fue muy difícil constatar la presencia de agujeros negros, sobre los cuales Robert Oppenheimer comenzó a teorizar en 1939).

Se abre otra ventana. ¿Podrían fabricarse? "Esa es la otra gran pregunta. En principio, haría falta manipular lo que Thorne denominó 'materia exótica', que no produce atracción, sino repulsión gravitacional".

Este tipo de materia existe, porque se ha medido. Por ejemplo, a nivel cuántico. El universo mismo, en su conjunto, parece estar expandiéndose de forma acelerada y la razón parece ser porque está dominado por una energía de densidad negativa. Ahora, ¿se puede operar sobre esta materia? No está claro.

"Para construir un agujero de gusano que tenga un tamaño apreciable como para que una persona pueda atravesarlo, haría falta una cantidad muy grande de esa materia exótica. Aproximadamente, una masa solar", continúa Romero.

El humano no sería capaz de emprender tal tarea. ¿Podría hacerlo una civilización más avanzada?

Películas a través del telescopio

¿Existen películas que se acerquen a los parámetros de un científico? Romero lista algunas. Terminator (la original); Doce monos, dirigida por Terry Gilliam y protagonizada por Bruce Willis; la española Cronocrímenes; y, finalmente, El túnel del tiempo, la serie que veía cuando era un niño y lo encaminó hacia la Física.

¿Y qué hay de la preferida por los aficionados del sci-fi y los cinéfilos en general, la trilogía Volver al Futuro? El doctor entiende que el apego a la ciencia no era el objetivo del director Robert Zemeckis.

Acepta que son clásicos que le gustan. Como cualquier espectador, puede sentarse un domingo a comer pochoclos y disfrutar de las buenas actuaciones, los efectos logrados y un guión atractivo.

Aunque menciona —como no podía ser de otra manera— que el físico ruso Ígor Nóvikov, amigo de Kip Thorne, mostró que el requisito para los viajes en el tiempo es que se respete el principio de la autoconsistencia. Esto implica que cualquier solución local de las ecuaciones de la física tiene que ser globalmente consistente. El universo existe como un todo y nada de lo que haga un individuo puede producir una contradicción en la evolución general.

La premisa (basada en la ciencia) deriva en paradojas, que pueden ser identificadas en la ciencia ficción. Por ejemplo, la llamada "paradoja del abuelo".

"¿Qué pasa si viajo a una época antes de que mi abuelo concibiera a mi padre y lo mato? Mi padre no nacería y, por ende, yo tampoco. Es una inconsistencia. No puedo matar a mi abuelo porque, para que yo me suba a la máquina del tiempo, es necesario que no lo hubiera hecho", arguye Romero. Básicamente, desmantela el nudo de la primera entrega de la saga, cuando Marty pone en riesgo su propio nacimiento.

Ciencia, no ficción: ¿volver al futuro?

A espaldas del doctor Romero hay un ventanal que da al predio. El sol brillante ilumina el pasto y una antena gigante con la que trabaja a diario. Su oficina tiene una pizarra con fórmulas, libros, biromes, una computadora. No se cansa de hablar de arte, pero su terreno es la ciencia pura y dura.

Con un tono didáctico, esclarece que está verificado experimentalmente que se puede viajar en el tiempo... por lo menos hacia el futuro. "Lo podemos constatar, en principio, gracias a las partículas con las que trabajamos en los laboratorios".

Esto se debe a un fenómeno llamado "simultaneidad de la relatividad", contemplado por la Teoría Especial de la Relatividad, el cual indica que el tiempo transcurre a diferente ritmo para un sistema en movimiento respecto a un sistema que está en reposo.

"Por ejemplo, si una partícula que tiene una vida media de una millonésima de segundo se está moviendo a una velocidad considerable, para nosotros puede llegar a vivir minutos". Traducción: respecto a una partícula similar a ella, que permanece en el laboratorio, esa partícula está viajando hacia el futuro, porque llega a conocer instantes de tiempo que la que quedó en reposo nunca va a poder ver.

"Es como si hubiera dos gemelos y uno de ellos se estuviera moviendo a gran velocidad. Ese gemelo podría llegar a conocer lo que pasa en el año 2100, por poner un ejemplo", clarifica Romero.

Inclusive un astronauta que va a la Estación Espacial Internacional, cuando vuelve, es un poquito más joven que alguien que se quedó en la Tierra. Ese experimento también se ha hecho con relojes atómicos y aviones.

Otra forma de viajar al futuro es utilizando la gravedad, suma el profesor. Es el caso de los agujeros negros, objetos con un campo gravitacional muy fuerte, que curvan mucho el espacio-tiempo.

"Si uno pudiera dar unas vueltas alrededor de sus órbitas y regresar, va a notar que pasó mucho más tiempo que para alguien que continuó en la Tierra. Entonces, de alguna forma, hubo un viaje al futuro", señala Romero. Es justamente lo que sucede en Interestelar, la película de Christopher Nolan asesorada por Kip Thorne.

El director del Instituto Argentino de Radioastronomía sabe que lo que más llama la atención es la eventualidad de viajar al pasado. Antes de adentrarse en la temática, puntualiza que la teoría para estudiar el espacio-el tiempo se encuentra en constante evolución.

Mucho antes de que Kip Thorne abriera la puerta a los agujeros de gusano, la primera persona en plantearse seriamente la posibilidad de los viajes al pasado fue Kurt Gödel. Matemático, amigo de Einstein y, probablemente, de los filósofos lógicos más importantes desde Aristóteles.

Romero parece un libro de cuentos, cuentas y anécdotas. "Cuando Einstein cumplió 70 años, se editó un libro sobre él. Como contribución, Gödel le regaló una nueva solución a sus ecuaciones. Estas contenían lo que hoy llamaríamos 'curvas temporales cerradas', que admitían la posibilidad de viajar al pasado. Cuando Einstein lo vio, se preocupó. Terminó desechando la propuesta de Gödel, no por incorrecta (hoy sabemos que tenía razón), sino porque no aplicaba al mundo real", rememora.

Gödel describía un universo que rotaba. En esas condiciones, se podían generar procesos que permitirían, a través de un viaje hacia el futuro local de uno, llegar a un punto del pasado global.

"La duda es si se puede replicar algo así sin la necesidad de manipular todo el universo", insinúa Romero. Durante mucho tiempo se creyó que no. Por lo menos hasta los setenta, cuando el físico norteamericano Frank Tipler recuperó viejos escritos de Willem Jacob van Stockum.

Este último había llegado a una conclusión similar a la de Gödel, pero en un entorno de cilindros masivos que rotaban muy rápido. Ahora bien, el dilema se mantenía y mantiene: poner a rotar un cilindro gigantesco, de una longitud aparentemente infinita, es inaplicable en el mundo real. Parte de una situación idealizada, artificiosa.

¿Dónde va la física cuando sueña?

El doctor en física teórica, investigador astronómico y escritor Alan Lightman fantaseó con qué pasaría por la cabeza de Einstein unas horas antes de enviar por correo la teoría del tiempo que revolucionaría la ciencia. El hombre, desplomado en su silla, dormita sobre papeles plagados de fórmulas. Desde hace meses, las ideas prácticas lo abandonan cada vez que cierra los ojos: no sabe si sus investigaciones se han apoderado de sus sueños, o si sus sueños se han apoderado de sus investigaciones.

A lo largo de treinta relatos breves, este Einstein fabulado arma distintas configuraciones. Por ejemplo, la de una coexistencia entre un tiempo corporal y otro mecánico; otra, donde el fin del mundo existe y todos saben cuándo llegará; y una donde el tiempo es un círculo que se pliega sobre sí mismo.

Ninguna de estas ideas escapó la mente de científicos, quienes les dedicaron artículos y experimentos. El propio Einstein dejó ver su costado poético cuando, tras la muerte de su amigo Michele Besso, le escribió a la familia: "Él se ha adelantado ahora un poco a mí en decir adiós a este extraño mundo. Esto no significa nada. Nosotros, devotos físicos, sabemos que la distinción entre el pasado, el presente y el futuro no es más que una ilusión. Aunque una muy tenaz".

Filosofía y ciencias duras. El hombre y su entorno. La finitud del individuo y la infinidad de las galaxias. Ficción y realidad(es). Al fin y al cabo, tanto los humanos como el universo están compuestos de ensoñaciones, incógnitas y polvo de estrellas.

 

 

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