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COMO FUE LA REVOLUCIÓN DE LOS LIBRES DEL SUR, CONTRA LA FEDERACIÓN ROSISTA

Ayer 7 de noviembre de 1839, las tropas de Rosas aplastaban una sublevación de “hacendados y enfiteutas”, que contaba con respaldo -moral antes que material- de unitarios exiliados y de Francia que en ese momento bloqueaba los puertos argentinos.

Cultura - Historia BERNABE

El 7 de noviembre de 1839, las fuerzas legalistas que respondían al gobernador Juan Manuel de Rosas sofocaron la sublevación iniciada días antes en la zona rural cercana a Chascomús y Dolores, y que la historia conocerá como la Revolución de los Libres del Sur. Sus principales cabecillas fueron ejecutados o confinados, e incluso un hermano de Rosas -Gervasio- debió partir al exilio por haber estado vinculado con los amotinados.

Desde que la historia comenzó a ser escrita por los enemigos políticos del Restaurador de las Leyes, se presenta al episodio como uno más de una incontable lista en la lucha entre hombres de “las luces y la razón” contra la chusma y la barbarie federal, sin matices, aclaraciones pertinentes, ni contextos.

Varias circunstancias imponen reflexionar sobre esta particular “revolución”. Lo primero por advertir es que tuvo lugar en una época de guerra; es decir, hablamos de un alzamiento armado contra las autoridades constituidas en medio de una guerra entre Argentina y Francia. Segundo, los amotinados bonaerenses no actuaron en soledad, sino en contacto permanente con Juan Lavalle (el mismo que ordenó años antes el fusilamiento de Manuel Dorrego) quien planeaba desembarcar en San Pedro con ayuda de la flota francesa que operaba en los ríos de La Plata y Paraná, desembarco que finalmente no se concretó.

 Por último, pero no menos importante: a pesar de que muchos consideran a Rosas como un gobernante siempre defensor del sector ganadero ¿cómo se explica que siendo acaso el más importante estanciero de la provincia, fueran precisamente hombres de ese mismo sector social y económico quienes intentaran derrocarlo?

Bloqueo francés

En 1838 Francia había enviado una flota de guerra al estuario del Plata, en general como brazo armado de su política exterior colonialista, y en nuestro caso en particular para reforzar su reclamo diplomático originado en un incidente menor cual fue la disposición argentina de no exceptuar de prestar el servicio militar a los franceses residentes en nuestro suelo. Como Rosas no cedía ante la presión diplomática gala, el almirante Leblanc al mando de la flota dispuso el bloqueo de los puertos argentinos. La medida afectará en general a todos los argentinos, pero en particular a los exportadores de cueros y derivados de la explotación ganadera.

El escenario se complicó al utilizar los franceses al puerto de Montevideo como base de operaciones y de reabastecimiento, con la colaboración decidida en esa faena de los colorados uruguayos y los unitarios argentinos residentes en esa ciudad. Es en ese escenario que se logró persuadir a Juan Lavalle para encabezar la “cruzada libertadora” que invadiría Argentina, contando equivocadamente los franceses -mal asesorados por los unitarios- con que la población local se alzaría en masa contra Rosas, cosa que no ocurrirá.

El complot contra el gobierno de Rosas se venía urdiendo desde mediados de 1839, con complicidad tanto de franceses como de unitarios a un lado y al otro del Río de La Plata. En junio se detuvo a varios implicados en Buenos Aires, entre los que destacaba Ramón Maza, hijo de quien había sido hasta poco antes presidente de la Sala de Representantes de la Provincia. Las ramificaciones llevaban a varios terratenientes con propiedades en lo que por entonces era considerado el “sur” ganadero de la provincia. De ahí lo de “libres del sur” que pasará a la historia.

Dice el historiador Vicente Sierra (Historia de la Argentina) que “los hacendados y enfiteutas comprometidos se dispusieron a la acción. Ferrari, en la costa de Samborombón; Gándara, en la de Vitei; Lastra, en Las Lagunas; los Ramos Mejía, en Vatel; Miguens, en las Cinco Lomas, y Castelli [N. de la R. se trataba de Pedro, hijo del prócer de Mayo Juan José], en el cerro de Paulino, fueron informados de que Lavalle, al amparo de la escuadra francesa, iba a iniciar la campaña.” Lo cierto es que Lavalle cambió de planes y terminó optando por invadir Entre Ríos y Corrientes, dejando en desamparo a los sublevados, que habían incluso imaginado un desembarco cerca de lo que hoy es San Clemente de Tuyú.

 

Sierra da una pista en la que hay que detenerse. Habla de “hacendados y enfiteutas”, y además agrega que los nombrados engañaron a los gauchos que trabajaban sus haciendas diciéndoles que la movilización era para apoyar a Rosas en virtud de haberse producido el complot de los Maza al que antes aludimos.

Ley de Enfiteusis y Ley de Aduana

Debe tenerse en cuenta que la Ley de Enfiteusis se había sancionado durante la presidencia de Bernardino Rivadavia como consecuencia de la toma del empréstito con la casa Baring Brothers de Londres. Ante la exigencia de dicho banco y en orden a asegurarse su crédito, el gobierno ofreció en garantía las tierras fiscales de todo el territorio nacional. Las tierras no podrían enajenarse, pero sí concederse a particulares a cambio del pago de un canon. Muchos ganaderos tomaron posesión en carácter de enfiteutas, pagaron el canon correspondiente y desarrollaron esas tierras tornándolas productivas. Pero otros, aprovechando resquicios legales, terminaron pagando un canon ínfimo, no invirtieron a su riesgo, esperando el momento propicio para adquirir en propiedad esas tierras de origen fiscal.

Acá es donde entra a jugar el factor económico. Rosas, que había defendido en su primer gobierno el sistema librecambista, es decir, no establecer tributos a la importación de productos manufacturados extranjeros, modificó su postura en 1835 al sancionar la Ley de Aduana, de marcado carácter proteccionista de las artesanías e industrias locales respecto de las extranjeras.

Hubo un cambio en su posición inicial, ello a pesar de que a él en lo personal seguía conviniéndole en términos económicos un sistema librecambista. Es que acaso debemos entender algo que hoy nos puede parecer extraño: el Rosas del período 1829/1832 era gobernador de Buenos Aires, y por eso era hasta lógico que defendiera el sistema económico más conveniente a su provincia. Pero a partir de 1835 Rosas es un hombre no sólo bonaerense, sino de toda la Confederación Argentina y su sentido del deber, por un lado, y la necesidad de ceder en algo a las pretensiones de las demás provincias, lo llevó a cambiar radicalmente su perspectiva sobre el tema.

Ese cambio en el sistema económico implementado por Rosas, al que hay que sumar la eliminación del Banco Nacional (otra creación rivadaviana y cuyo directorio, pese al nombre ampuloso de la institución, se integraba por comerciantes británicos del puerto de Buenos Aires) transformándolo en lo que se llamaría Casa de Moneda, le valdrá el apoyo de las provincias del Interior, pero también le granjeará la hostilidad de los hombres de “su clase” que no podían entender que se priorizara el interés general de la Confederación Argentina por el sectorial de unos pocos.

Rosas y los ganaderos

En su ensayo El ‘sistema’ económico de Rosas. Introducción a su estudio”, Elena Botura señala que “la Ley de Aduana de 1835, como se sabe netamente proteccionista, mereció la aprobación entusiasta de las provincias, sobre todo las norteñas, como Catamarca, Tucumán, Salta, etc., pero tuvo su contrapartida en la reacción casi inmediata que desde Montevideo encabezan ciertos grupos de consignatarios que contribuyen a llevar a la Confederación Argentina a conflictos internacionales en los cuales el puerto de Buenos Aires se vio bloqueado durante años.”

Por otra parte, considerando la extensión ganadera de la provincia, debe tenerse en cuenta que no todos los estancieros se identificaron con el alzamiento, circunscripto sólo a las zonas antes señaladas. Y el sector ganadero no era todo lo homogéneo que algunas simplificaciones pretenden. Hubo ganaderos afectados en sus negocios de exportación que no dudaron en complotarse con una nación enemiga del país, pero también hubo quienes en realidad eran especuladores de tierras fiscales a las que habían accedido en base a la legislación anterior, cuya tenencia a cambio de un canon irrisorio deseaban adquirir definitivamente como dueños plenos.

Estos hechos, así analizados, permiten descartar por tanto el mito de que Rosas, con ser uno de los más acaudalados estancieros de la época, actuara siempre como representante corporativo de ese sector de la vida nacional de entonces.

 

 

 

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