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JUJUY ERES LEYENDA. HOY: LA HOJA DE COCA

Una costumbre que se traspasa de generación en generación: coquear. Armar el acuyico como digestivo después de una gran comida. O para trabajar de noche. O para no tener sueño mientras se maneja. Son muchas las propiedades que se le atribuyen a esta hojita, verde compañera. Hoy, conocemos su leyenda.

Cultura Julio Cerrizuela Julio Cerrizuela

LEYENDA DE LA HOJA DE COCA

Una sana costumbre de Jujuy, Salta, Tucumán… y que se extiende por gran parte del país: armar un “acuyico”, ponerle bica o yista y disfrutar de la compañía de la hoja de coca.

Este hecho, como muchas de nuestras costumbres, tiene su leyenda y la compartimos a continuación.

A la llegada a tierras americanas, los españoles descubrieron las inmensas riquezas que atesoran en sus entrañas, los conquistadores se volvieron terriblemente crueles y sanguinarios. Atrapados por una loca ambición, acosaron sin tregua a los aborígenes que, indefensos y desamparados, solo buscaban consuelo en sus dioses. Los invasores, que avanzaban cada vez más en la búsqueda de esas riquezas, llegaron hasta las márgenes del Gran Lago Titicaca para apoderarse de los tesoros sagrados de Templo de la Isla del Sol.

El viejo adivino que custodiaba los ornamentos logró huir con ellos y arrojarlos en las profundidades de las aguas para impedir que cayeran en manos de los conquistadores. Enfurecidos éstos por tamaña osadía, lo capturaron y lo sometieron a terribles tormentos, para que confesara donde lo había ocultado. El anciano soportó con entereza y resignación el dolor de las heridas abiertas en su cuerpo, hasta que agonizante, se quedó dormido. En sus sueños apareció Inti, el resplandeciente dios Sol y le dijo: “Estoy aquí para recompensar la abnegación y el amor con los que cuidaste mis objetos sagrados. Pídeme lo que desees y te será concedido”.

El anciano respondió lo que más anhelaba era la redención de su raza y el aniquilamiento del hombre blanco, que tanto daño había causado a sus hermanos. Pero le pidió vida hasta que defina cuál iba a ser su deseo. El Dios Sol le contestó que le otorgaría vida sólo hasta que apareciera en el cielo Quilla, la diosa luna.

El anciano adivino se despertó, para solicitar el pedido a Inti. Le pidió para los suyos una herencia que durara por siempre, que no fuera ni oro ni plata, para no ser despojados por el hombre blanco.

Aunque agonizante, el anciano, impulsado por una fuerza sobrenatural, se levantó y caminó hacia la montaña. Era de noche, comenzaba a parecer Quilla en el cielo, pero inexplicablemente en la cumbre de la montaña apareció el Sol. El anciano percibió la voz del dios que le dijo que mirase las plantas que tenían hojitas ovaladas y muy verdes, que había brotando como fruto de amor para él y sus hermanos.

-“Con ellas – le dijo –vas a olvidar las penas, las fatigas, su jugo va a ser el mejor remedio para la tristeza y para el cansancio, que le enseñara a su hermanos a cultivarla y que cuando el hombre blanco usara de ella le sucedería todo lo contrario; “su jugo, que será para el aborigen la fuerza y la vida, será para el hombre blanco el más repugnante y pervertido de todos los vicios”.

Después de escuchar al Dios, el anciano regreso a su casa se acostó en su lecho y reunió a todos sus hermanos para contarles aquella visión, luego, reclinó su cabeza sobre el pecho y expiró.

Tres días y tres noches lo lloraron sin consuelo los aborígenes a su anciano adivino, y al cabo empezaron a caminar, impulsados no se sabe porque fuerzas, hacia la montaña. En su camino fueron recogiendo las hojas de coca y las fueron poniendo en la boca. A medida que las sagradas hojas despedían su jugo, lentamente aquellos hombres comenzaron a olvidar el dolor y la tristeza por la muerte del anciano.

Eva Cabello Artesana coya trabajando, en compañía de su acuyico- P.H.: Eva Cabello

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